noviembre 14, 2007

¿QUÉ SE VA Y QUÉ VIENE CON LA MUERTE?


Una enorme responsabilidad, es lo primero que se me ocurre pensar.

Un tremendo miedo. No, corrijo. Un tremendo horror a perderte en la tristeza.

Paz. Mucha y sin remedio. Paz de sentir que está bien. Que debe estar bien.

Culpa. Pudiste, debiste hacer mucho más.

Infinitas ganas de llorar. O mejor dicho, mucho llanto que sale del alma, no de los ojos.

Esperanza. Esa nunca se pierde. Aunque la maldita me juegue malas pasadas, y se ría de mí cuando sale de su escondite; me abraza con ternura cuando me desespero de no encontrarla.

Un estado, creo, permanente de tristeza. No se te nota la mayor parte del tiempo, pero uno sabe que lo trae consigo ya a todas partes. Es lo que menos me gusta porque hago caso de la gente grande que me dice que no la dejo ir, pero todavía no puedo dejarla ir.
Dudas. Muchas. Las más, sobre mi vida. A dónde voy, qué quiero hacer. Para dónde hay que hacerse.

Ganas de encontrarte con la persona que eras. Porque de que te pierdes, te pierdes rotundamente.
Posibilidad. De que las cosas vengan mejor.
Fuerza. Vuelves a recuperala y tomas más de la propia vida.
Enojo. Uff!!! Te envuelves en él. Y se te pega al alma.
Pena. La más grande.
Yo creo que te quita la mitad del alma pero se la lleva para que llore y chille y lamente todo lo que necesite para después regresar y acomodarla junto con la otra mitad y comenzar a vivir... de nuevo.

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